sábado, 14 de marzo de 2015

Cruce de Caminos - Capítulo II: Corderos


Habían pasado más de quince años. El reino vecino de Norghan vivía ajeno a Garrod y su suerte. La capital rugía en su bullicio habitual. Al este de la ciudad las fuertes pisadas de un caballo resonaban imponentes en un oscuro corredor. El jinete, extenuado y dolorido no cesaba en su insistencia, su montura debía correr más rápido, el mensaje que llevaba era urgente y no debía demorarse su entrega.
Giró una ligera esquina y por fin consiguió llegar, la torre del homenaje, con la gigante bandera en lo alto, visible a más de veinte leguas reales. Se dirigió directamente a las caballerizas, mensaje en mano. Allí le esperaba Don Fernando Ieli, uno de los hombres de más confianza del rey.
Sin intercambiar palabra alguna entregó el mensaje al noble, quien salió de allí a toda prisa. Por fin podía descansar.
      Minutos después, Don Fernando Ieli se abría paso urgentemente a través de los grandes salones y pasillos hacia la Sala del Trono. Una vez allí, se presentó ante el rey temblando de nerviosismo, extendió el papel arrugado con el sello de la comarca de Maloo y anunció con voz quebrantada:
      ‒¡Su majestad! –El Rey esperó la noticia bastante inquieto‒ Blake “el Fuerte” ha muerto…

No muy lejos de allí, en una aldea al norte. Se celebraba una  gran fiesta en el sótano de una pequeña casa de campesinos. Testigos de ella, únicamente cuatro jóvenes cuyos chatos de vino se llenaban y vaciaban constantemente.
      ‒¡Por Ion y la caída de Blake “el Muerto”! ‒exclamó el más bajo de todos‒ ¡La misión ha sido un éxito!
      ‒¡Por Ion! ‒exclamaron todos
      ‒Tranquilizaos, por favor… ‒Un joven de tez aceitunada comenzó a hablar levantándose de su asiento‒ Hoy hemos dado un golpe mortal a la corona. Este régimen pronto acabará y surgirá uno nuevo, más fresco, más cercano al pueblo. Democracia, de eso os hablo, amigos míos. Como los antiguos una vez tuvieron, sin reyes ni superiores. ¡Todos iguales!
      ‒¡UH, UH! ‒vitorearon los demás
      ‒Hoy hemos mandado un mensaje directo al rey, caerán más y más nobles, ya lo veréis ‒continuó Ion‒. Todos nosotros lo conseguiremos, nosotros cuatro: la joven Neria, Kaleb “el Lobo”, Drim y yo ¡Juntos lo conseguiremos!
      Los cuatro levantaron sus chatos de vino enérgicamente y tras brindar tomaron un gran trago. La fiesta continuó hasta altas horas de la noche. Soñaban con cambiarlo todo, con devolver al pueblo lo que un día fue suyo, la libertad. La muerte de Blake suponía un duro golpe a la corona, uno de los más fieles al rey había muerto ese mismo día, sin haber dejado descendencia. El ejército del noble, ahora sin líder se mostraba reticente a servir a un nuevo líder puesto a dedo por el monarca. La comarca de Maloo había caído.
      En una esquina Ion e Drim, bien bajito,  charlaban sobre sus siguientes misiones mientras los chatos de vino les abrían la mente a ideas cada vez más descabelladas y alocadas. Entre risas y gritos imaginaban la caída de los nobles, la apertura de las cortes, las elecciones…
      Al otro lado de la sala Neria y Kaleb tonteaban como habían hecho desde que se conocieron, sin que ninguno de ellos se atreviera a dar el paso. Las mirabas y risas daban paso en poco tiempo a las caricias y los cumplidos. Sus labios se acercaban y alejaban temblorosos sin llegar nunca a tocarse. No era de extrañar la mutua atracción, Kaleb “el Lobo” de tez morena, poseía un atractivo especial; una barba de varios días, ojos limpios y una gran considerable musculatura acompañada por una personalidad fuerte, alegre y amable con sus allegados. Neria por su parte no se quedaba atrás, su personalidad charlatana y bromista acompañaba a la de su compañero. Sus ojos verdes, su nariz chata y su largo pelo moreno atraían al joven arrastrándole desde sus instintos más profundos.
      La noche y las risas dieron paso al día y con él, al sueño. En parejas fueron subiendo a sus respectivas habitaciones en el piso de arriba.
     
Al acercarse el mediodía, y aún dormidos, oyeron un fuerte golpe en el piso de abajo.
      ‒¡En nombre del Rey, todos los que habitan esta casa quedan detenidos por el asesinato de Blake “el Fuerte”! ‒gritaron desde la calle.
       ¡Cómo! ¡De qué manera! Era imposible que lo supiera el rey. Habían actuado en el más estricto anonimato y secreto. El asesinato había sido ejecutado a la perfección. Algo o alguien les había fallado.
      Se levantaron apresuradamente y recogieron los tres o cuatro objetos de más valor que poseían y salieron por las ventanas en dirección a un patio que había detrás.
      Cuando llegaron a él, los guardias reales les esperaban. Armados con espadas largas y protegidos por una cota de malla ligera y una coraza de acero, los esbirros del monarca les cortaban el paso. Miraron arriba, a los balcones del patio, allí estaban también. Los arqueros y lanceros les apuntaban desde las alturas.
      ‒¡Huid vosotros! Yo les detendré ‒sentenció solemne Kaleb.
      ‒No… ‒suspiró Neria.
      -¡Idos! ‒ordenó. A la señal de su propio grito se lanzó hacia delante, las flechas no tardaron en descender hasta él, una le alcanzó la pierna. Los demás obedecieron su orden y salieron corriendo en dirección contraria.
      Drim, de piernas más cortas no tardó en quedarse atrás. Los arqueros y lanceros les perseguían por los tejados. Dejaban atrás el ruido del acero y los gritos de dolor. No conseguían dar esquinazo a sus perseguidores, en cuanto se creían a salvo, las flechas volvían a volar a su alrededor para recordarles que sus vidas seguían corriendo peligro.
      La persecución no daba tregua. Al llegar a una ancha calle de la aldea, Neria volvió la vista atrás y entonces lo vio; Drim corría con todas sus fuerzas veinte pasos por detrás de ella. Una lanza surgió de la nada e impactó contra la espalda del pequeño hombre atravesándole de lado a lado. Cuando se derrumbó en el suelo, su cuerpo ya había perdido la vida.
      ‒¡Drim! ‒sollozó la joven mientras seguía corriendo‒ No…
      ‒¡Vamos, corre! ‒ordenó Ion cinco pasos por delante‒ Ya no podemos hacer nada por él, salva tu vida.
      Llegaron a unas caballerizas y con una habilidad propia del mejor de los caballeros ambos subieron a un caballo bayo oscuro, de buen porte y aplomos. Agitando las riendas salieron del pueblo a la carrera sin que los arqueros y lanceros pudieran hacer algo por detenerles.
      ‒¿¡Dónde iremos ahora, Ion!? ‒preguntó atemorizada Neria‒ Debemos salvar a Kaleb…
      ‒No podemos… ‒suspiró el joven casi al borde del llanto. Sabía que iba a ser muy duro para Neria, pero no tenían otra opción. Quizás su compañero ya estaba muerto, y si lo habían capturado poco podían hacer para salvarle. Seguramente estaba ya de camino a la corte y mañana sería ejecutado‒ Saldremos del reino, hemos sido descubiertos, nos conocen, no hay nada que hacer…
      ‒¡No! ¡NO! ‒sollozó la muchacha‒ ¡Debemos salvarle, Ion por favor… Ion… ayúdame…
      El joven paró el caballo en seco y la miró a los ojos. Éstos le devolvían un dolor intenso, punzante, angustia y temor, desazón y desesperación. Aquello le atravesó el corazón, había dudado hasta aquel momento, pero la tristeza reflejada en el rostro de su compañera había acabado con su incertidumbre, no podía soportar aquello, si no intentaban salvar a Kaleb se sentiría culpable el resto de su vida.
       La joven, al ver el cambio de expresión en la cara de su amigo, comprendió al instante que lo harían, irían a la capital y salvarían a su amado. Abrazó a Ion con todas sus fuerzas, dándole las gracias por el sacrificio que estaba dispuesto a afrontar.
      ‒Debemos refugiarnos en algún bosque cercano, nada de hogueras ‒sentenció Ion‒. Yo buscaré plantas medicinales. Con ellas crearé los ungüentos que nos servirán para disfrazarnos mañana.  Mientras, debes cazar algo para la cena. Le salvaremos, Neria, prometo salvarle.

Horas más tarde, en la capital, la Sala del Trono ardía de júbilo. El rey, situado en el trono, estaba rodeado a derecha  e izquierda por su mujer y su heredero.
      Por la puerta de la sala entró Don Fernando Ieli, el más fiel allegado del rey, acompañado de un joven de tez morena que cojeaba. Al llegar hasta el rey ambos se arrodillaron y se fundieron uno por uno en un largo abrazo con el monarca.
      ‒Kaleb, gran misión la tuya ‒calificó alegremente el monarca. El joven asintió‒ sentaos y disfrutad de la fiesta.
      En cuanto el rey dio la orden, el heraldo pidió silencio y anunció a todos los altos nobles con vez solemne:
      ‒Nuestro rey: Íñigo del Hierro, monarca de Norghan, rey de las islas del Mops, de las comarcas de Trinor, Yuman, Mencor y Maloo ‒Al oír esta última región, la sala estalló en un grito de júbilo‒, se va a dirigir a todos ustedes.
      ‒Hoy hemos atrapado al asesino de Blake “el fuerte”  y le hemos dado muerte ‒la sala volvió a gritar de alegría‒. Nuestro fiel y amigo Kaleb, infiltrado en el grupo asesino no pudo detener a tiempo la ejecución del asesinato pero sí nos dio ese mismo día la situación de la base enemiga, donde pudimos dar muerte al asesino de mi noble y fiel amigo Blake. Hoy es un día de júbilo para el reino. Mañana el asesino muerto será colgado en la plaza mayor a placer del pueblo. ¡El enemigo ha caído!
      La sala volvió a gritar y vitorear al rey. Éste se sentó en el trono satisfecho y estrechó alegremente la mano con Kaleb. Tras ello, el joven se despidió de su monarca y se retiró a una esquina de la sala, donde nadie notara su presencia. Allí se sumió en sus pensamientos.
      Sí, el plan había salido a la perfección y todos los de aquella sala incluido la mano derecha del rey, Don Fernando Ieli, habían sido engañados. El soberano sabía desde hace tiempo los planes que tenían Ion y compañía en contra de la corona y también los planes de Blake: asesinar al rey y ocupar su trono. Sólo habían tenido que unir hilos. Kaleb era por aquel entonces el mejor espía del reino y había conseguido infiltrarse en el grupo de rebeldes, tres, muy pocos pero muy preparados. Durante un año planearon la muerte del Blake y una vez llevada a cabo solo tenían que engañar a todo el mundo.
      Drim había caído y ya tenían a un culpable contra quien tanto el pueblo, la nobleza, y más importante, el ejército de la comarca de Maloo expresar su ira. De esa manera el monarca había matado a dos pájaros de un tiro: había disuelto la amenaza rebelde y había matado al traidor de Blake sin tener que mancharse las manos, de tal manera que las culpas no irían hacia él, conservando de esa manera  el ejército que le proporcionaba el noble muerto y su corona.
      Todo había sido planeado, él engañaría a los rebeldes  haciendo ver que se quedaba a luchar contra la guardia real, incluso había accedido a ser alcanzado por una flecha en la pierna, causa de su actual cojera. Mientras tanto los demás huirían y los arqueros y lanceros les capturarían y darían muerte. Desgraciadamente, dos habían huido, pero con un culpable se apaciguarían los nobles y el pueblo. Los otros dos no eran problema, seguramente estarían huyendo ahora fuera del reino.
      Pese a la aparente victoria, los planes de Kaleb se habían visto truncados varias veces. Se había quedado prendado de la joven, Neria y aquel día había temido que los arqueros la dieran muerte. Al saber que sólo había muerto Drim se sintió en paz. Nunca más la volvería a ver y su corazón siempre viajaría con ella. Pero se debía al reino y a su rey y así había sido desde niño. Si el monarca le mandara ejecutar a su amada, lo haría, aunque le destrozara el corazón.
      La echaría mucho de menos y la lloraría todas las noches. Pero todo había ya pasado y ya no había nada que hacer. Suspiró mirando al suelo, y conteniéndose las lágrimas,  salió de la sala perdiéndose por los pasillos.

A la mañana siguiente, la gente se arremolinaba en la plaza mayor de la capital. En el centro, el rey, rodeado de su guardia real se dirigiría al pueblo encima del patíbulo. Neria e Ion  se situaron en los bordes de la plaza a la espera de que todo comenzara. Tenían la cara transformada, debido a una pasta que había creado el joven con plantas, la cual habían utilizado como mascarilla, ocultando sus verdaderos rasgos. Miraron al patíbulo, allí colgaba el cadáver de su compañero Drim con una marca terrible en el pecho, fruto de su muerte.
      De repente sonaron trompetas y tambores y todo comenzó, el rey subió al patíbulo rodeado por dos hombres, a su sorpresa, uno de ellos era Kaleb, vestido de gala con la armadura de la guardia real y aún cojeando.
      Neria no se lo podía creer, sintió un fuerte pinchazo en el estómago, un pinchazo de angustia y desolación. Miró llorosa a Ion, quien no podía aguantar su rabia.
      ¡No podía ser! Su amado… un traidor… un fiel al reino, él era el hombre que les había vendido, el hombre que quería verlos muertos, allí, colgados de la horca. Neria volvió a mirar, aún incrédula, intentando asegurarse de que realmente fuera él. Si no hubieran escapado estaría muerta y todo por culpa del hombre a quien una vez había amado, acariciado, deseado.
      Rota de dolor suplicó a Ion que salieran de allí, que huyeran, que la llevara lejos. No tenía ganas de vivir, ni de respirar. Kaleb estaba allí junto al rey, abrazándole y siendo vitoreado por una multitud que apedreaba al rebelde ya muerto.
      Ion le agarró de la mano y le instó a salir de allí. Neria, sin oponer resistencia y cabizbaja le siguió. Juntos salieron  apresuradamente de la ciudad en dirección a la frontera. Las pisadas de su caballo se perdieron en el horizonte. Nunca volverían y nunca mirarían atrás.

lunes, 9 de marzo de 2015

Cruce de Caminos- Capítulo I: Nuevo Horizonte.

       El Sol abrasaba sobre sus cabezas. Garrod y Ffrun estaban sentados en su esquina preferida. El mercado bullía como todas las mañanas, aunque la gente empezaba a abandonarlo antes de que el calor del mediodía fuera insoportable. Había sido una buena mañana, la gente había sido generosa y parecía que hoy podrían comer algo por primera vez en la semana. La ciudad de Namasu tenía gran cantidad de huérfanos mendicantes. Las recientes epidemias y guerras habían dejado al país en un estado pésimo. Garrod perdió a sus padres el año anterior, con 12 años, en la epidemia de Fiebre Roja. Desde entonces su único modo de sobrevivir eran las lismosnas, y lo que podía robar de los puestos del mercado.

Al cabo de un rato se levantaron y compraron unas hogazas con el dinero recaudado. Se fueron a la zona baja de la ciudad, junto al rio, donde pasar la tarde sin mucho calor. Y al pasar por la tienda de vinos más famosa de la ciudad aprovecharon un descuido para llevarse un pequeño recipiente de barro para tener algo que beber.

A medida que el Sol avanzaba por el cielo, ellos charlaban animadamente. Sobre lo que perdieron, y sobre lo que deparaba el futuro, que no parecía augurar buenas cosas. Por lo que se comentaba una nueva tribu invasora avanzaba por los pasos de montaña del norte, y el país no podría soportar nuevas guerras. Pero ellos eran niños, no habían perdido aún la ilusión de vivir, incluso en un mundo que no parecía depararles nada.

Anochecía ya cuando se levantaron y se dirigieron a su refugio habitual para pasar la noche. Avanzando por unas calles que conocían bien, y peligros que sabían evitar.. o eso pensaban. Al pasar frente a una puerta cerca ya de su refugio, un grupo de hombres salió del interior. Al principio parecieron ignorarles, pero cuando estaban ya junto a ellos, uno cogió un saco y le tapó la cabeza a su amigo Ffrun, mientras el resto cogían porras y armas.

Garrod se agachó esquivando un golpe lateral, a la par que aprovechaba para coger su daga de la bota. Al afianzarse para intentar un ataque sintió un fuerte golpe en la cabeza, y cayó al suelo. Lo último que recordaría de aquella noche era a su amigo forcejeando con los hombres e intentando respirar con el saco en la cabeza...

Y un sonido chirriante... como de un carro.



Aire fresco, fresco como no había respirado nunca. Abrió los ojos. Era una sala grande, y la ventana estaba abierta. Se veían montañas nevadas en el exterior. Había oído hablar de la nieve, pero Garrod nunca la había visto. 

En la sala había cama alineadas en la pared, heridos siendo atendidos por un grupo de personas, con gran ajetreo de un lado para otro. Él ocupaba una de las camas en el lado más apartado de la habitación. Una niña estaba junto a él. Le estaba frotando la cara con un paño húmedo, y sonreía.

—Hola- dijo. — Te ha costado despertar, llevo cuidando de ti tres días.

—¿D.. dónde estoy? — dijo Garrod intentando incorporarse. La parte posterior de la cabeza le dolía.

—Estás en el puesto fronterizo del camino de Aarlund, en las montañas del Norte.— La chica no paraba de sonreír amablemente. Tendría más o menos la misma edad que Garrod. Pero frente a la tez tostada del chico, ella era de piel pálida. Pelo corto y negro él, pero largo y rubio ella.

—¿Por qué estoy aquí?... sólo recuerdo que me atacaron en la calle... 

—Eso te lo contarán más tarde. Yo sólo me encargo de cuidar a los enfermos. Y ahora si me permites voy a atender a otras personas. Te dejo un poco de agua y pan por si quieres tomar algo — dijo señalando una pequeña bandeja en la mesita junto a la cama.

La niña se dio la vuelta y comenzó a alejarse. Garrod la miraba ensimismado, dándose cuenta de que no sabía ni su nombre.



Pasado el mediodía, Garrod ya estaba cansado de ver lo que había a su alrededor. Se encontraba bien, y lo único que quería era marcharse de esa enfermería. Había visto a mucha gente atendiendo a heridos al otro lado de la sala, pero no había vuelto a ver a la niña.

En ese momento se dio cuenta de que algo ocurría. Un hombre alto acababa de entrar, seguido por una nutrida comitiva. El hombre llevaba una armadura de placas de acero con filigranas de oro. Estaría en la treintena, y se movía con gracia por la sala. Se paraba a hablar con algunos de los enfermos mientras escuchaba también el parte que le iban dando los médicos. De vez en cuando levantaba la mano que llevaba apoyada en el pomo de la espada para palmear en un gesto de ánimo al paciente.

Junto al militar, además del reguero de médicos, enfermeros y sirvientes, iba un hombre más bajo y robusto. De aspecto iracundo. Llevaba cota de malla hasta las rodillas, y una sobreveste roja y blanca. En la cadera llevaba una maza. Un sacerdote de guerra, seguramente.

Poco a poco se fueron acercando a su cama. Cuando por fin llegaron, el militar le miró a los ojos, y le habló.

—Hola, joven. ¿Cómo te llamas? —dijo.

—Garrod.

—Bien, Garrod. Sé que estás confuso y que te preguntas qué haces aquí. En estos tiempos de dificultad el ejército realiza una leva forzosa. Algunos de los encargados de la leva hacen su trabajo con demasiado celo. Te ruego que nos perdones por el golpe. — El hombre hizo una pausa, como si esperase que el chico dijese algo, pero luego continuó. — Yo soy Amraud de Montenevado, comandante del fuerte y Marqués de Montenevado. Toda la región de los alrededores es mi territorio. Y ahora tú estás bajo mis órdenes. Esta tarde vendrá alguien a llevarte a tus nuevos aposentos, y mañana mismo comenzarás la instrucción. A cambio recibirás comida y alojamiento, y cuando seas soldado también un sueldo. Por ahora eso es todo, ¿alguna pregunta?

—No, Señor. — No acababa de centrarse en todo esto. No le llamaba demasiado la atención lo de ser soldado, pero no comía regularmente desde la muerte de sus padres, y eso apremiaba ahora.



Poco después volvió la niña con una bolsa. Se la entregó y dijo:

—Aquí encontrarás ropa que ponerte, póntela y acompáñame que te muestre dónde vas a dormir.

Garrod la acompañó al exterior, y al salir de la enfermería se encontró en un patio de piedra, con torres y muralla a su alrededor. Pasaron un pequeño arco de piedra, y llegaron a otro patio más grande que el anterior. Había gran movimiento de gente en el patio. Al fondo había una herrería donde se veía a gente trabajando en los fuegos. Junto a la herrería había una cuadra enorme. En la pared a su izquierda había un cercado dentro del cual había soldados entrenando la esgrima, y en la pared a su derecha, junto a una gran torre del castillo, había un edificio alargado con una gran chimenea. 

La niña giró a la derecha nada más entrar en este segundo patio, con Garrod detrás, y entró en una de las torres más pequeñas por una portezuela de madera. Subió varios pisos, y entró por una puerta. Era una habitación con muchas camas, al menos veinte. Le acompañó hasta una de ellas.

—Éste será tu lugar de descanso. En ese arcón puedes depositar tus pertenencias. Ya te darán más ropa y armas. El resto de soldados están de patrulla por las montañas, ya les conocerás. Recuerda que una hora antes del ocaso se sirve la cena en el edificio grande del patio de antes, y que al amanecer comienzas la instrucción.- Dicho esto la chica se dio la vuelta y comenzó a irse.

—¡Espera!... ¿Cómo te llamas? — preguntó Garrod, con un ligero rubor en sus mejillas.

—Lucille — dijo ella mientras sonreía.