Habían pasado
más de quince años. El reino vecino de Norghan vivía ajeno a Garrod y su
suerte. La capital rugía en su bullicio habitual. Al este de la ciudad las
fuertes pisadas de un caballo resonaban imponentes en un oscuro corredor. El
jinete, extenuado y dolorido no cesaba en su insistencia, su montura debía
correr más rápido, el mensaje que llevaba era urgente y no debía demorarse su
entrega.
Giró una
ligera esquina y por fin consiguió llegar, la torre del homenaje, con la
gigante bandera en lo alto, visible a más de veinte leguas reales. Se dirigió
directamente a las caballerizas, mensaje en mano. Allí le esperaba Don Fernando
Ieli, uno de los hombres de más confianza del rey.
Sin
intercambiar palabra alguna entregó el mensaje al noble, quien salió de allí a
toda prisa. Por fin podía descansar.
Minutos después, Don Fernando Ieli se
abría paso urgentemente a través de los grandes salones y pasillos hacia la
Sala del Trono. Una vez allí, se presentó ante el rey temblando de nerviosismo,
extendió el papel arrugado con el sello de la comarca de Maloo y anunció con
voz quebrantada:
‒¡Su majestad! –El Rey esperó la noticia
bastante inquieto‒ Blake “el Fuerte” ha muerto…
No
muy lejos de allí, en una aldea al norte. Se celebraba una
gran fiesta en el sótano de una pequeña casa de campesinos. Testigos de
ella, únicamente cuatro jóvenes cuyos chatos de vino se llenaban y vaciaban
constantemente.
‒¡Por Ion y la caída de Blake “el Muerto”!
‒exclamó el más bajo de todos‒ ¡La misión ha sido un éxito!
‒¡Por Ion! ‒exclamaron todos
‒Tranquilizaos, por favor… ‒Un joven de
tez aceitunada comenzó a hablar levantándose de su asiento‒ Hoy hemos dado un
golpe mortal a la corona. Este régimen pronto acabará y surgirá uno nuevo, más
fresco, más cercano al pueblo. Democracia, de eso os hablo, amigos míos. Como
los antiguos una vez tuvieron, sin reyes ni superiores. ¡Todos iguales!
‒¡UH, UH! ‒vitorearon los demás
‒Hoy hemos mandado un mensaje directo al
rey, caerán más y más nobles, ya lo veréis ‒continuó Ion‒. Todos nosotros lo
conseguiremos, nosotros cuatro: la joven Neria, Kaleb “el Lobo”, Drim y yo
¡Juntos lo conseguiremos!
Los cuatro levantaron sus chatos de vino
enérgicamente y tras brindar tomaron un gran trago. La fiesta continuó hasta
altas horas de la noche. Soñaban con cambiarlo todo, con devolver al pueblo lo
que un día fue suyo, la libertad. La muerte de Blake suponía un duro golpe a la
corona, uno de los más fieles al rey había muerto ese mismo día, sin haber
dejado descendencia. El ejército del noble, ahora sin líder se mostraba
reticente a servir a un nuevo líder puesto a dedo por el monarca. La comarca de
Maloo había caído.
En una esquina Ion e Drim, bien bajito, charlaban sobre sus siguientes misiones
mientras los chatos de vino les abrían la mente a ideas cada vez más
descabelladas y alocadas. Entre risas y gritos imaginaban la caída de los
nobles, la apertura de las cortes, las elecciones…
Al otro lado de la sala Neria y Kaleb
tonteaban como habían hecho desde que se conocieron, sin que ninguno de ellos
se atreviera a dar el paso. Las mirabas y risas daban paso en poco tiempo a las
caricias y los cumplidos. Sus labios se acercaban y alejaban temblorosos sin
llegar nunca a tocarse. No era de extrañar la mutua atracción, Kaleb “el Lobo”
de tez morena, poseía un atractivo especial; una barba de varios días, ojos
limpios y una gran considerable musculatura acompañada por una personalidad
fuerte, alegre y amable con sus allegados. Neria por su parte no se quedaba
atrás, su personalidad charlatana y bromista acompañaba a la de su compañero.
Sus ojos verdes, su nariz chata y su largo pelo moreno atraían al joven arrastrándole
desde sus instintos más profundos.
La noche y las risas dieron paso al día y
con él, al sueño. En parejas fueron subiendo a sus respectivas habitaciones en
el piso de arriba.
Al
acercarse el mediodía, y aún dormidos, oyeron un fuerte golpe en el piso de
abajo.
‒¡En nombre del Rey, todos los que habitan
esta casa quedan detenidos por el asesinato de Blake “el Fuerte”! ‒gritaron
desde la calle.
¡Cómo!
¡De qué manera! Era imposible que lo supiera el rey. Habían actuado en el más
estricto anonimato y secreto. El asesinato había sido ejecutado a la perfección.
Algo o alguien les había fallado.
Se levantaron apresuradamente y recogieron
los tres o cuatro objetos de más valor que poseían y salieron por las ventanas
en dirección a un patio que había detrás.
Cuando llegaron a él, los guardias reales
les esperaban. Armados con espadas largas y protegidos por una cota de malla
ligera y una coraza de acero, los esbirros del monarca les cortaban el paso. Miraron
arriba, a los balcones del patio, allí estaban también. Los arqueros y lanceros
les apuntaban desde las alturas.
‒¡Huid vosotros! Yo les detendré
‒sentenció solemne Kaleb.
‒No… ‒suspiró Neria.
-¡Idos! ‒ordenó. A la señal de su propio
grito se lanzó hacia delante, las flechas no tardaron en descender hasta él,
una le alcanzó la pierna. Los demás obedecieron su orden y salieron corriendo
en dirección contraria.
Drim, de piernas más cortas no tardó en
quedarse atrás. Los arqueros y lanceros les perseguían por los tejados. Dejaban
atrás el ruido del acero y los gritos de dolor. No conseguían dar esquinazo a
sus perseguidores, en cuanto se creían a salvo, las flechas volvían a volar a
su alrededor para recordarles que sus vidas seguían corriendo peligro.
La persecución no daba tregua. Al llegar a
una ancha calle de la aldea, Neria volvió la vista atrás y entonces lo vio; Drim
corría con todas sus fuerzas veinte pasos por detrás de ella. Una lanza surgió
de la nada e impactó contra la espalda del pequeño hombre atravesándole de lado
a lado. Cuando se derrumbó en el suelo, su cuerpo ya había perdido la vida.
‒¡Drim! ‒sollozó la joven mientras seguía
corriendo‒ No…
‒¡Vamos, corre! ‒ordenó Ion cinco pasos
por delante‒ Ya no podemos hacer nada por él, salva tu vida.
Llegaron a unas caballerizas y con una
habilidad propia del mejor de los caballeros ambos subieron a un caballo bayo
oscuro, de buen porte y aplomos. Agitando las riendas salieron del pueblo a la
carrera sin que los arqueros y lanceros pudieran hacer algo por detenerles.
‒¿¡Dónde iremos ahora, Ion!? ‒preguntó
atemorizada Neria‒ Debemos salvar a Kaleb…
‒No podemos… ‒suspiró el joven casi al
borde del llanto. Sabía que iba a ser muy duro para Neria, pero no tenían otra
opción. Quizás su compañero ya estaba muerto, y si lo habían capturado poco
podían hacer para salvarle. Seguramente estaba ya de camino a la corte y mañana
sería ejecutado‒ Saldremos del reino, hemos sido descubiertos, nos conocen, no
hay nada que hacer…
‒¡No! ¡NO! ‒sollozó la muchacha‒ ¡Debemos
salvarle, Ion por favor… Ion… ayúdame…
El joven paró el caballo en seco y la miró
a los ojos. Éstos le devolvían un dolor intenso, punzante, angustia y temor,
desazón y desesperación. Aquello le atravesó el corazón, había dudado hasta
aquel momento, pero la tristeza reflejada en el rostro de su compañera había acabado
con su incertidumbre, no podía soportar aquello, si no intentaban salvar a
Kaleb se sentiría culpable el resto de su vida.
La
joven, al ver el cambio de expresión en la cara de su amigo, comprendió al
instante que lo harían, irían a la capital y salvarían a su amado. Abrazó a Ion
con todas sus fuerzas, dándole las gracias por el sacrificio que estaba
dispuesto a afrontar.
‒Debemos refugiarnos en algún bosque
cercano, nada de hogueras ‒sentenció Ion‒. Yo buscaré plantas medicinales. Con
ellas crearé los ungüentos que nos servirán para disfrazarnos mañana. Mientras, debes cazar algo para la cena. Le
salvaremos, Neria, prometo salvarle.
Horas
más tarde, en la capital, la Sala del Trono ardía de júbilo. El rey, situado en
el trono, estaba rodeado a derecha e
izquierda por su mujer y su heredero.
Por la puerta de la sala entró Don
Fernando Ieli, el más fiel allegado del rey, acompañado de un joven de tez
morena que cojeaba. Al llegar hasta el rey ambos se arrodillaron y se fundieron
uno por uno en un largo abrazo con el monarca.
‒Kaleb, gran misión la tuya ‒calificó
alegremente el monarca. El joven asintió‒ sentaos y disfrutad de la fiesta.
En cuanto el rey dio la orden, el heraldo
pidió silencio y anunció a todos los altos nobles con vez solemne:
‒Nuestro rey: Íñigo del Hierro, monarca de
Norghan, rey de las islas del Mops, de las comarcas de Trinor, Yuman, Mencor y
Maloo ‒Al oír esta última región, la sala estalló en un grito de júbilo‒, se va
a dirigir a todos ustedes.
‒Hoy hemos atrapado al asesino de Blake
“el fuerte” y le hemos dado muerte ‒la
sala volvió a gritar de alegría‒. Nuestro fiel y amigo Kaleb, infiltrado en el
grupo asesino no pudo detener a tiempo la ejecución del asesinato pero sí nos
dio ese mismo día la situación de la base enemiga, donde pudimos dar muerte al
asesino de mi noble y fiel amigo Blake. Hoy es un día de júbilo para el reino.
Mañana el asesino muerto será colgado en la plaza mayor a placer del pueblo.
¡El enemigo ha caído!
La sala volvió a gritar y vitorear al rey.
Éste se sentó en el trono satisfecho y estrechó alegremente la mano con Kaleb.
Tras ello, el joven se despidió de su monarca y se retiró a una esquina de la
sala, donde nadie notara su presencia. Allí se sumió en sus pensamientos.
Sí, el plan había salido a la perfección y
todos los de aquella sala incluido la mano derecha del rey, Don Fernando Ieli,
habían sido engañados. El soberano sabía desde hace tiempo los planes que
tenían Ion y compañía en contra de la corona y también los planes de Blake: asesinar
al rey y ocupar su trono. Sólo habían tenido que unir hilos. Kaleb era por
aquel entonces el mejor espía del reino y había conseguido infiltrarse en el
grupo de rebeldes, tres, muy pocos pero muy preparados. Durante un año planearon
la muerte del Blake y una vez llevada a cabo solo tenían que engañar a todo el
mundo.
Drim había caído y ya tenían a un culpable
contra quien tanto el pueblo, la nobleza, y más importante, el ejército de la
comarca de Maloo expresar su ira. De esa manera el monarca había matado a dos
pájaros de un tiro: había disuelto la amenaza rebelde y había matado al traidor
de Blake sin tener que mancharse las manos, de tal manera que las culpas no irían
hacia él, conservando de esa manera el
ejército que le proporcionaba el noble muerto y su corona.
Todo había sido planeado, él engañaría a
los rebeldes haciendo ver que se quedaba
a luchar contra la guardia real, incluso había accedido a ser alcanzado por una
flecha en la pierna, causa de su actual cojera. Mientras tanto los demás
huirían y los arqueros y lanceros les capturarían y darían muerte.
Desgraciadamente, dos habían huido, pero con un culpable se apaciguarían los
nobles y el pueblo. Los otros dos no eran problema, seguramente estarían
huyendo ahora fuera del reino.
Pese a la aparente victoria, los planes de
Kaleb se habían visto truncados varias veces. Se había quedado prendado de la
joven, Neria y aquel día había temido que los arqueros la dieran muerte. Al
saber que sólo había muerto Drim se sintió en paz. Nunca más la volvería a ver
y su corazón siempre viajaría con ella. Pero se debía al reino y a su rey y así
había sido desde niño. Si el monarca le mandara ejecutar a su amada, lo haría,
aunque le destrozara el corazón.
La echaría mucho de menos y la lloraría
todas las noches. Pero todo había ya pasado y ya no había nada que hacer.
Suspiró mirando al suelo, y conteniéndose las lágrimas, salió de la sala perdiéndose por los pasillos.
A
la mañana siguiente, la gente se arremolinaba en la plaza mayor de la capital.
En el centro, el rey, rodeado de su guardia real se dirigiría al pueblo encima
del patíbulo. Neria e Ion se situaron en
los bordes de la plaza a la espera de que todo comenzara. Tenían la cara
transformada, debido a una pasta que había creado el joven con plantas, la cual
habían utilizado como mascarilla, ocultando sus verdaderos rasgos. Miraron al
patíbulo, allí colgaba el cadáver de su compañero Drim con una marca terrible
en el pecho, fruto de su muerte.
De repente sonaron trompetas y tambores y
todo comenzó, el rey subió al patíbulo rodeado por dos hombres, a su sorpresa,
uno de ellos era Kaleb, vestido de gala con la armadura de la guardia real y
aún cojeando.
Neria no se lo podía creer, sintió un fuerte
pinchazo en el estómago, un pinchazo de angustia y desolación. Miró llorosa a Ion,
quien no podía aguantar su rabia.
¡No podía ser! Su amado… un traidor… un
fiel al reino, él era el hombre que les había vendido, el hombre que quería verlos
muertos, allí, colgados de la horca. Neria volvió a mirar, aún incrédula, intentando
asegurarse de que realmente fuera él. Si no hubieran escapado estaría muerta y
todo por culpa del hombre a quien una vez había amado, acariciado, deseado.
Rota de dolor suplicó a Ion que salieran
de allí, que huyeran, que la llevara lejos. No tenía ganas de vivir, ni de
respirar. Kaleb estaba allí junto al rey, abrazándole y siendo vitoreado por
una multitud que apedreaba al rebelde ya muerto.
Ion le agarró de la mano y le instó a salir
de allí. Neria, sin oponer resistencia y cabizbaja le siguió. Juntos salieron apresuradamente de la ciudad en dirección a la
frontera. Las pisadas de su caballo se perdieron en el horizonte. Nunca
volverían y nunca mirarían atrás.