lunes, 9 de marzo de 2015

Cruce de Caminos- Capítulo I: Nuevo Horizonte.

       El Sol abrasaba sobre sus cabezas. Garrod y Ffrun estaban sentados en su esquina preferida. El mercado bullía como todas las mañanas, aunque la gente empezaba a abandonarlo antes de que el calor del mediodía fuera insoportable. Había sido una buena mañana, la gente había sido generosa y parecía que hoy podrían comer algo por primera vez en la semana. La ciudad de Namasu tenía gran cantidad de huérfanos mendicantes. Las recientes epidemias y guerras habían dejado al país en un estado pésimo. Garrod perdió a sus padres el año anterior, con 12 años, en la epidemia de Fiebre Roja. Desde entonces su único modo de sobrevivir eran las lismosnas, y lo que podía robar de los puestos del mercado.

Al cabo de un rato se levantaron y compraron unas hogazas con el dinero recaudado. Se fueron a la zona baja de la ciudad, junto al rio, donde pasar la tarde sin mucho calor. Y al pasar por la tienda de vinos más famosa de la ciudad aprovecharon un descuido para llevarse un pequeño recipiente de barro para tener algo que beber.

A medida que el Sol avanzaba por el cielo, ellos charlaban animadamente. Sobre lo que perdieron, y sobre lo que deparaba el futuro, que no parecía augurar buenas cosas. Por lo que se comentaba una nueva tribu invasora avanzaba por los pasos de montaña del norte, y el país no podría soportar nuevas guerras. Pero ellos eran niños, no habían perdido aún la ilusión de vivir, incluso en un mundo que no parecía depararles nada.

Anochecía ya cuando se levantaron y se dirigieron a su refugio habitual para pasar la noche. Avanzando por unas calles que conocían bien, y peligros que sabían evitar.. o eso pensaban. Al pasar frente a una puerta cerca ya de su refugio, un grupo de hombres salió del interior. Al principio parecieron ignorarles, pero cuando estaban ya junto a ellos, uno cogió un saco y le tapó la cabeza a su amigo Ffrun, mientras el resto cogían porras y armas.

Garrod se agachó esquivando un golpe lateral, a la par que aprovechaba para coger su daga de la bota. Al afianzarse para intentar un ataque sintió un fuerte golpe en la cabeza, y cayó al suelo. Lo último que recordaría de aquella noche era a su amigo forcejeando con los hombres e intentando respirar con el saco en la cabeza...

Y un sonido chirriante... como de un carro.



Aire fresco, fresco como no había respirado nunca. Abrió los ojos. Era una sala grande, y la ventana estaba abierta. Se veían montañas nevadas en el exterior. Había oído hablar de la nieve, pero Garrod nunca la había visto. 

En la sala había cama alineadas en la pared, heridos siendo atendidos por un grupo de personas, con gran ajetreo de un lado para otro. Él ocupaba una de las camas en el lado más apartado de la habitación. Una niña estaba junto a él. Le estaba frotando la cara con un paño húmedo, y sonreía.

—Hola- dijo. — Te ha costado despertar, llevo cuidando de ti tres días.

—¿D.. dónde estoy? — dijo Garrod intentando incorporarse. La parte posterior de la cabeza le dolía.

—Estás en el puesto fronterizo del camino de Aarlund, en las montañas del Norte.— La chica no paraba de sonreír amablemente. Tendría más o menos la misma edad que Garrod. Pero frente a la tez tostada del chico, ella era de piel pálida. Pelo corto y negro él, pero largo y rubio ella.

—¿Por qué estoy aquí?... sólo recuerdo que me atacaron en la calle... 

—Eso te lo contarán más tarde. Yo sólo me encargo de cuidar a los enfermos. Y ahora si me permites voy a atender a otras personas. Te dejo un poco de agua y pan por si quieres tomar algo — dijo señalando una pequeña bandeja en la mesita junto a la cama.

La niña se dio la vuelta y comenzó a alejarse. Garrod la miraba ensimismado, dándose cuenta de que no sabía ni su nombre.



Pasado el mediodía, Garrod ya estaba cansado de ver lo que había a su alrededor. Se encontraba bien, y lo único que quería era marcharse de esa enfermería. Había visto a mucha gente atendiendo a heridos al otro lado de la sala, pero no había vuelto a ver a la niña.

En ese momento se dio cuenta de que algo ocurría. Un hombre alto acababa de entrar, seguido por una nutrida comitiva. El hombre llevaba una armadura de placas de acero con filigranas de oro. Estaría en la treintena, y se movía con gracia por la sala. Se paraba a hablar con algunos de los enfermos mientras escuchaba también el parte que le iban dando los médicos. De vez en cuando levantaba la mano que llevaba apoyada en el pomo de la espada para palmear en un gesto de ánimo al paciente.

Junto al militar, además del reguero de médicos, enfermeros y sirvientes, iba un hombre más bajo y robusto. De aspecto iracundo. Llevaba cota de malla hasta las rodillas, y una sobreveste roja y blanca. En la cadera llevaba una maza. Un sacerdote de guerra, seguramente.

Poco a poco se fueron acercando a su cama. Cuando por fin llegaron, el militar le miró a los ojos, y le habló.

—Hola, joven. ¿Cómo te llamas? —dijo.

—Garrod.

—Bien, Garrod. Sé que estás confuso y que te preguntas qué haces aquí. En estos tiempos de dificultad el ejército realiza una leva forzosa. Algunos de los encargados de la leva hacen su trabajo con demasiado celo. Te ruego que nos perdones por el golpe. — El hombre hizo una pausa, como si esperase que el chico dijese algo, pero luego continuó. — Yo soy Amraud de Montenevado, comandante del fuerte y Marqués de Montenevado. Toda la región de los alrededores es mi territorio. Y ahora tú estás bajo mis órdenes. Esta tarde vendrá alguien a llevarte a tus nuevos aposentos, y mañana mismo comenzarás la instrucción. A cambio recibirás comida y alojamiento, y cuando seas soldado también un sueldo. Por ahora eso es todo, ¿alguna pregunta?

—No, Señor. — No acababa de centrarse en todo esto. No le llamaba demasiado la atención lo de ser soldado, pero no comía regularmente desde la muerte de sus padres, y eso apremiaba ahora.



Poco después volvió la niña con una bolsa. Se la entregó y dijo:

—Aquí encontrarás ropa que ponerte, póntela y acompáñame que te muestre dónde vas a dormir.

Garrod la acompañó al exterior, y al salir de la enfermería se encontró en un patio de piedra, con torres y muralla a su alrededor. Pasaron un pequeño arco de piedra, y llegaron a otro patio más grande que el anterior. Había gran movimiento de gente en el patio. Al fondo había una herrería donde se veía a gente trabajando en los fuegos. Junto a la herrería había una cuadra enorme. En la pared a su izquierda había un cercado dentro del cual había soldados entrenando la esgrima, y en la pared a su derecha, junto a una gran torre del castillo, había un edificio alargado con una gran chimenea. 

La niña giró a la derecha nada más entrar en este segundo patio, con Garrod detrás, y entró en una de las torres más pequeñas por una portezuela de madera. Subió varios pisos, y entró por una puerta. Era una habitación con muchas camas, al menos veinte. Le acompañó hasta una de ellas.

—Éste será tu lugar de descanso. En ese arcón puedes depositar tus pertenencias. Ya te darán más ropa y armas. El resto de soldados están de patrulla por las montañas, ya les conocerás. Recuerda que una hora antes del ocaso se sirve la cena en el edificio grande del patio de antes, y que al amanecer comienzas la instrucción.- Dicho esto la chica se dio la vuelta y comenzó a irse.

—¡Espera!... ¿Cómo te llamas? — preguntó Garrod, con un ligero rubor en sus mejillas.

—Lucille — dijo ella mientras sonreía. 

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