El rugir del estadio.
Las miles de voces aclamando su nombre.
El polvo en el aire, y la arena del suelo. El
sudor y la sangre. El frío contacto del acero en la mano y su mordisco en el
hombro.
El combate.
El silencio se hizo dueño de un segundo. Todos
esperaban el gran final. Ya solo quedaban dos. Espada y escudo a un lado, dos
manos desnudas al otro. Pero descuidad, no está indefenso, una imperceptible
aura lo rodea, un manto que tiembla y se agita, que ruge y crepita. Guerrero y
mago, cara a cara.
Dos grandes rayos procedentes de su adversario
impactan en su pecho
¡Dolor! Sí, demasiado quizás, más de lo que ha
sentido nunca, pues no es un corte ni una punzada, sino magia. Aquella que
todos temen y pocos adoran. Aquella por la que el estadio enloquece ahora.
Toca el turno de levantarse. ¡Recoge tu arma!
¿Dónde? ¡Ahí!
¿El escudo? ¡Demasiado lejos!
¡Salta! ¡Uff! Esa esfera llameante ha estado
cerca. Corre… ¡CORRE!
Calor y frío, miedo y valentía. Otra vez en el
suelo, pero no se rinde. Risas. ¿Burlas? No… diversión. ¡Ahí viene! El astuto
guerrero lanzó su espada a un lado y los rayos atraídos como imanes se
desviaron de su verdadero objetivo. Hay pocos metros entre ambos y uno de ellos
corre. Los dos tienen sus manos desnudas pero el mago se apresura a lanzar un
hechizo… lento. El golpe ha sido fuerte, justo en el pómulo. El público grita
de júbilo.
Tirado en el suelo y encima de su oponente el
guerrero no cesa en su ataque. Golpe, golpe y golpe va moldeando la cara de su
adversario. Pero la magia es sabia.
Con un fuerte impulso el guerrero sale
disparado hasta la pared norte. ¡¡Ohh!! El mago juega bien sus cartas. Y ahora
tiene las de ganar. Rayos y tormentas, fuego y estrellas. ¡Si!
El guerrero rueda hasta el arma más cercana.
¿Una alabarda? Suficiente. Localiza a su objetivo… apunta y lanza. Perfecto. Su
adversario está distraído ¡Es el momento! El guerrero corre hacia él de nuevo,
recogiendo por el camino su arma extraviada.
¡Llegó! ¡Dolor! Un grito indescriptible invade
el estadio. ¡No se ve nada! ¡Quién ha sido! ¡Qué ha pasado!
La arena se despeja y en el centro de la
niebla se ve, imponente, al guerrero, y a sus pies el mago.
La gente grita. “¡Muerte! ¡Muerte!”
El príncipe se levanta “¡Muerte! ¡Muerte!”
Levanta la mano. Silencio. Habla. “¡El pueblo dicta su sentencia, el mago debe
morir!” Júbilo.
El terror del mago es palpable y el dolor le
impide contraatacar. Sabedor de su final se despide del mundo.
Espada en mano, y preparado para el golpe
final, el guerrero se despide de su adversario. Aunque nadie lo sepa, ellos son
hermanos... Pero el estadio ha hablado.